Enfermedades como el sarampión o la rubeola, casi erradicadas en el cambio de siglo, hoy vuelven a causar grandes brotes comunitarios en Europa.
La negativa de padres que se niegan a vacunar a sus hijos porque secundan estilos de vida naturalistas y rechazan los productos farmaceúticos como gesto de militancia, es el origen del aumento de la incidencia de estas enfermedades. A pesar de que los grandes brotes acaban siempre en hospitalizaciones y fallecimiento en algunos casos, para los grupos antivacunas, las vacunas hacen enfermar y causan síntomas más graves que las enfermedades que se intentan prevenir.
Detrás de toda esta polémica la salud de un niño está en juego...
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