Las pruebas diagnósticas en los hospitales convierten la enfermedad del paciente en una desesperanza y un lento caminar, esperando en salas y pasillos sin recibir en ocasiones las explicaciones pertinentes a cada prueba.
La sensación de incomprensión se hace visible desde el primer momento en que se le dice al paciente que le va a hacer otra prueba más. Se le avisa del día de citación sin tener mucho interés en saber si el día y la hora son compatibles con su vida. El tiempo entre la citación y la realización suele variar pero la espera suele ser larga.
Los días de las pruebas van llegando y, al entrar al hospital, la sensación de inquietud del paciente se incrementa. Someterse a una prueba diagnóstica, en ocasiones supone toda una aventura. Los tiempos de espera se alargan, las salas son incómodas, las máquinas se estropean, los períodos de ayuno se agotan y los resultados ya se sabrán...
La enfermedad le produce un desgaste emocional al paciente tan considerable que se escapa a cualquier tecnología diagnóstica moderna. los profesionales sanitarios necesitamos una sensibilidad especial, a esa sensibilidad se le solía llamar vocación y sin ella la profesión carece de sentido.
A pesar de todo ello, lo políticamente correcto es afirmar que el sistema sanitario es excelente.
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